Historia de la Reconexión (Por el Dr. Eric Pearl)

Hace tiempo que deseo ir completando la Historia de la Reconexión en mi blog. Creo que la forma más fiel de hacerlo es reproduciendo los apartados que considero más interesantes de la web oficial de la reconexión (la tenéis clickando encima del título de este post).

Es muy útil y aleccionador leer las primeras impresiones que tuvo Eric Pearl cuando entró en contacto con estas frecuencias y los pensamientos que le invadieron y que expresa de forma sincera y divertida en su escrito. Lo que pensó cuando le hablaron de la Reconexión Personal y de lo útil que podría serle en su trabajo, de los beneficios que le aportaría, del precio que vale (pensad que eso fue en 1993) y de las sensasiones físicas que él personalmente sintió. Espero que lo disfrutéis y os ayude a comprender el proceso de la Reconexión

“…He estado unos doce años para poner en pie una de la más importantes, es decir, la más importante clínica de quiropráctica de Los Angeles. He tenido tres casas, un Mercedes, dos perros y dos gatos. Todo hubiera sido perfecto si hubiera sabido gestionar mejor mi dinero, mi consumo de alcohol y no poner fin a mi matrimonio después de seis años, hecho que me dejó incapaz de poner un pie delante del otro durante tres días. Pero el Prozac me ayudó mucho a remediar esto.
Seis meses más tarde, me encontraba en la playa de Venice, en California, con mi ayudante, la cual insistió para que me hiciera leer las cartas por una cartomántica en la playa. “No quiero que una cartomántica me lea las cartas en la playa” – contesté con absoluta convicción. “Si esta cartomántica fuera realmente competente, la gente iría a su casa; no llevaría su mesa, su mantel, sus sillas y todo sus bártulos ridículos a una playa abarrotada de gente, con la esperanza de pescar a algunos clientes confiados para someterlos a su visión del futuro y menos aun esperar que la paguen por este privilegio.”
“La conocí en una fiesta y le dije que iríamos. Me sentiría muy avergonzada si no nos lee las cartas” – me contestó y –añadió- que la señora ofrecía lecturas por 20$ y también por 10$. Mirando a mi ayudante a los ojos entendí que era inútil protestar. “De acuerdo” – refunfuñé, llevaba 10$ en la mano y sabía que era la mitad de lo que nos quedaba para la comida del mediodía. Caminé enérgicamente hacia la mujer, me senté en su silla plegable y le tendí mis 10$ pensando que ya tenía hambre.
A cambio de mi dinero, recibí una interpretación del presente aceptable y me gustó oír como ésta adivina judía gitana me llamaba “Bubbelah” (diminutivo judío que significa “pequeño chico”). Cuando se iba me dijo: “Además, ofrezco tratamientos personales que unen las líneas de los meridianos del cuerpo a la red energética del planeta, lo que nos vuelve a poner en contacto con las estrellas y los planetas”. Me comentó que como sanador era algo que necesitaba.” Y me aconsejó leer “el libro del conocimiento: las claves de Enoch”. Intrigado, le pedí cuanto costaría ese tratamiento. Me dijo: ”333 dólares” a lo cual contesté: “No, gracias”
Es el estilo de “engaña bobos” contra el cual nos alertan constantemente en las noticias cada noche. Oía ya las noticias: “Hoy, en Venice Beach, una gitana judía arrebató 333$ a un incrédulo Quiropráctico…” Ya me imaginaba en una foto en un primer plano con el titular: …tonto quiropráctico… “Lo persuadió para que le diera 150$ al mes de por vida para que lo iluminara para protegerse.” Me sentí totalmente humillado por haber podido pensarlo. Entonces, mi ayudante y yo dejamos la playa y concentramos nuestras energías en buscar comida para dos con tan solo 10$ en el bolsillo.
Hubiera podido ser el final de la historia con la cartomántica pero los caminos de la mente son misteriosos. No podía quitarme sus palabras de mi cabeza. Al mediodía, cogí los últimos minutos de mi hora de almuerzo para ir a la librería esotérica de la zona a hojear el capítulo 3.1.7 del Libro del conocimiento: las llaves de Enoch. Este capitulo habla sobre las líneas axiatonales. La lección más importante que recibí ese día, fue que descubrí que si existe una obra escrita para no ser leída rápidamente tenía que ser aquella. Sin embargo, ya había leído bastante. Y lo que había leído, iba a obsesionarme hasta que me resignara a romper mi alcancía y a llamar a esa mujer.
El tratamiento se daba en dos sesiones y en dos días de intervalo. El primer día le di el dinero y mientras me acostaba en una camilla, me decía a mí mismo que jamás había hecho algo tan tonto. ¿Cómo había podido dar 333$ a una perfecta desconocida para que dibujase líneas sobre mi cuerpo con sus dedos? Pensaba en todo lo que hubiera podido hacer con ese dinero, cuando repentinamente, tuve la inteligencia de reconocer, puesto que se lo había dado ya, que era mejor dejar de quejarme y prepararme para recibir lo que podía ocurrir. Entonces, me quedé tranquilo, listo y receptivo. No sentí nada, absolutamente nada. Al parecer, podía ser el único en la habitación en tener aquella certeza. Y como ya había pagado la segunda sesión, tanto daba volver el domingo para la segunda parte del tratamiento.
Esa noche, sucedió una cosa muy extraña. Hacia una hora que dormía cuando me despertó mi lámpara de noche (lámpara que tengo desde los diez años) la cual se encendió repentinamente. Cuando abrí los ojos, tuve la fuerte sensación que había alguien en la casa. Cargado de valentía con un cuchillo, un aerosol de pimiento y mi Doberman, registré toda la casa. Nadie. Volví a la cama con la extraña sensación que no estaba solo, que alguien me observaba.
A primera vista, la segunda sesión empezó casi como la primera. Pero el parecido se terminó aquí. Mis piernas no estaban tranquilas. Tenían el síndrome de “las piernas locas” que pasa de vez en cuando en medio de la noche. Enseguida esa sensación de baile de San Vito se adueñó de mí; tenía escalofríos por todo el cuerpo. Me quedé acostado con dificultad. Aunque las ganas de levantarme fueran muy fuertes para quitarme esa sensación fuera de mis células, no me atreví a moverme. ¿Por qué? Porque había pagado 333$ y quería lo mío ¡esa era la razón! Un momento más tarde todo había terminado. Era un día caluroso del mes de agosto y en la habitación no había aire acondicionado. Estaba muerto de frío y los dientes me castañeaban mientras esa mujer se apresuraba a taparme con una manta. Me quedé así cinco minutos hasta que mi cuerpo volvió a recuperar su temperatura normal.
Había cambiado. Ignoraba lo que me había pasado y no hubiera podido explicarlo. Pero sabía que no era la misma persona que antes. No sé muy bien como, pero volví a mi coche y me fui hasta mi casa como si mi coche supiera el camino. No me acuerdo de nada del resto del día. Lo único que sé es que, al día siguiente, estaba en el trabajo y la odisea empezó.
Tenía la costumbre de pedir a mis clientes que se quedaran de 30 a 60 segundos en la camilla después del tratamiento para permitir que su cuerpo aceptara el nuevo alineamiento de las vértebras. Siete de los tratados ese lunes, los cuales me visitaban desde hacia 12 años en mi consulta y uno de ellos, una nueva clienta me preguntaron si había dado vueltas a la camilla mientras estaban acostados. Otros me preguntaron si alguien había entrado en la sala durante el tratamiento porque sintieron la presencia de varias personas de pie o andando alrededor de la camilla. Tres de ellos tuvieron la sensación de que alguien corría alrededor de la camilla y otros dos me confesaron que tuvieron la sensación que alguien volaba a su alrededor.
Durante mis doce años de quiropráctico, nadie me había contado algo parecido. Y lo curioso es que los siete me describieron el mismo fenómeno el mismo día. Ocurría algo extraño. Además de los comentarios de mis clientes, mis empleados también me dijeron: “Tiene un aspecto diferente. Su voz suena diferente. ¿Que le ha pasado durante el fin de semana?“ No iba a decírselo. “Oh, nada” contesté, preguntándome que había ocurrido durante el fin de semana.
Mis pacientes me comentaban que sabían con anticipación donde les iba a poner las manos. Las podían notar a unos centímetros de su cuerpo. Se convirtió en un juego el ver cuan acertados estaban al saber donde les iba a colocar las manos. Pero se convirtió en más de un juego cuando empezaron a recibir sanaciones. Al principio, los pequeños dolores desaparecían. Al parecer, los pacientes venían por la quiropráctica, entonces realizaba el tratamiento correspondiente, y después les pedía que se quedaran acostados y con los ojos cerrados hasta que les dijera de abrirlos. En esos instantes, aprovechaba para colocar mis manos por encima de su cuerpo. Cuando se levantaban, el dolor había desaparecido y querían saber lo que había hecho. Siempre les respondía: “Nada, y no hable con nadie de esto” Era tan eficaz como confiar un secreto a alguien y pedirle que no lo contara a nadie.
La gente empezó a llegar de todas partes para las sesiones de sanación. No entendía mucho lo que ocurría. Por supuesto, quería hablar con la mujer que me reconectó con estas líneas axiatonales. “Tiene que proceder de algo que está en usted. Quizás la experiencia de vida que tuvo después de la muerte de su madre, en el momento de su nacimiento, tiene algo que ver con eso”, dijo y añadió, “no conozco a nadie que haya reaccionado de esta manera. Es fascinante” Fascinante. Al parecer estas palabras querían decir que tenía que ir por mi cuenta.
A principios de octubre, aparecieron manifestaciones físicas de mi transformación. Una clienta sufría de una degeneración ósea severa de las rodillas, desde su infancia. Puse mis manos encima de su rodilla. Y cuando las quité, su rodilla estaba mejor pero mis manos estaban cubiertas de minúsculas ampollas que desaparecieron a las tres o cuatro horas. Este tipo de inflamaciones me ocurrieron varias veces. Cada vez que las tenía, todo el mundo en el edificio venía a verlo. (podía haber cobrado los derechos de entrada). Luego, un día, la palma de mi mano empezó a sangrar. No es broma. La sangre no salía como se ve en las películas religiosas o en los periódicos, a borbotones. Más bien, era como si hubiera una aguja clavada en mi mano. Pero igualmente era sangre. La gente de mi alrededor, me dijo que era seguramente una iniciación. “¿A qué?” pregunté. Y ¿Como lo sabían? ¿Por qué no lo sabía? ¿Quién lo sabía?
…….En ese momento comprendí que tenía que ir a mi interior para encontrar las respuestas a mis preguntas. Mis dos preocupaciones más importantes eran: Primero, que no podía predecir las reacciones de una persona y por eso, no podía prometerle nada. Segundo, que tenía subidas y bajadas de energía imprevisibles que podían durar de tres días a tres semanas.
Siempre había sido del estilo “esto puedo controlarlo”, capaz de conseguir todo lo que tenía en la cabeza. Mientras los otros tenían la posición “esperamos para ver que”, yo prefería dominar, manipular y controlar las situaciones. Los obstáculos que parecían insuperables para otros eran invisibles para mí pues los arremetía y cumplía con mi trabajo. La expresión más molesta para mí era: “si algo tiene que ocurrir, ocurrirá.” Si quería que algo sucediese, hacía todo lo necesario para que sucediera y no dejaba a los fatalistas ponerse en medio. Imagínense mi sorpresa, cuando he comprendido finalmente que si quería que el proceso de sanación se acelerase, tenía que parar de encabezar el baile y salir de en medio. Tenía que dejar actuar a un poder superior. “¿Quién dice eso?” Pensé, “Yo no, desde luego.”
Sin embargo, este era el caso. No sólo la energía sabía donde dirigirse y que hacer sin mis instrucciones sino que cuanto más me eclipsaba más fuertes eran las reacciones. Las sanaciones más importantes ocurrieron cuando pensaba en mi lista de la compra. ¡Que cosa más increíble!
“Recibe, no mandes.”
“¿Quién ha dicho eso?” Me pregunté, buscando en los rincones de mi mente como si pudiera encontrar algún indicio. “Ha elegido a la persona menos indicada para dar ese tipo de consejo.” Mi ego no entendía nada “Apártate del camino y deja que un poder superior te guíe.” Nada de esto tenía sentido para mí. ¿Cómo puedo transmitir estas sanación a la gente si no las mando?
“Recibe, no mandes.”
“Ya le he oído la primera vez. Ahora, conteste a mi pregunta”, repliqué mentalmente.
Silencio (El silencio realmente consigue fastidiarme a veces)
Entré con el siguiente cliente esperando no darle un mal servicio y que no pudiera notar la vacilación y el desconcierto de mi mente. Empecé por poner mis manos sobre sus pies con las palmas abiertas. Recibí la respuesta de la paciente a través de mis manos y la recibí del cielo por encima de mi cabeza: estaba lleno de amor, humilde y desconcertante. Era extraño. Luego vi la paciente reaccionar, todo iba bien.
En ese momento había abrazado la idea aunque no la había entendido totalmente hasta ahora. Yo no soy el sanador, solo Dios lo es, y por alguna razón, yo soy el catalizador, el canal o el amplificador, díganlo como quieran, formo parte del proceso.”

Dr. Eric pearl.
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